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Esta película intenta algo muy inusual en el cine, y le resulta: filma algo fallido, para luego buscar un camino de solución -en cámara- y el resultado es que mejora la película frente a nuestros ojos, en una de las apologías más evidentes de las que tenga memoria de la ficción y la puesta en escena por sobre "la verdad" y el registro documental. La historia es simple: Gabino y su madre reciben la visita del padre de Gabino, que desapareció de sus vidas hace más de 20 años por meterse con otra mujer. Más encima, viene con ideas: quiere que Gabino participe en un negocio (del estilo estafa piramidal), de esos que siempre terminan mal, en contra de la idea de Gabino de conseguir dinero: vender CD piratas con canciones hits en MP3 del cancionero romántico latino (que va de Daniela Romo a Yuri). Como decía, el comienzo es repetitivo y poco inspirado, pero la espera será recompensada, en particular desde el momento el que el director y su equipo entran sin vergüenza a la trama, y el falso papá (en rigor, verdadero padre del actor que interpreta a Gabino) es reemplazado por el verdadero papá del personaje (en rigor, un actor). Esta metamorfosis del cine ocurre justo en la película, en tiempo narrativo. Y, a pesar del desconcierto, el relato está llevado con mano firme por Nicolás Pereda (Verano de Goliat), que tiene un raro récord: con un puñado de largometrajes ya le han hecho 23 retrospectivas en todo mundo (incluyendo Valdivia), lo que lo transforma de inmediato en el poster boy del actual cine mexicano-coreano (coreano por el estilo y el sentido del humor, muy cargado a lo Im Sang-soo). Para verla dos veces más.
(Gonzalo Maza, Otroscines.com)